Alex era un conejito que le encantaba Halloween. Lo celebraba de una forma especial, ya que su cumpleaños
era el mismo día y éste se convertía en una fiesta divertidísima. Las dos celebraciones
se unían. El pequeño decoraba su casa con adornos terroríficos para impresionar
a todos sus amiguitos y todos se disfrazaban para la ocasión, no obstante,
siempre quería tener el disfraz mejor de todos.
En
el jardín de su casa vivía una vieja araña que solía ponerse al sol cada mañana
cerca de un panal de abejitas. Astuta, conseguía su miel a cambio de no
comerse a las abejas que caían en su tela. Trato, trato que le era concedido. Con
ella la araña tejedora confeccionaba trampas doradas que al sol brillaban con
todo su esplendor atrayendo a toda clase de insectos.
Un
día al volver de la pradera se cercioró que junto a la tela de araña había un palito
con una nube dorada en su punta. Lo tomó del suelo creyendo que era una golosina.
Se lo llevó a su boca y al degustarlo se quedó sorprendido: ¡era la nube
de azúcar más deliciosa que había probado jamás!
Cada día se
acercaba a la araña y ésta le entregaba
una nube de oro; así un día y otro. El
chiquitín unas veces se las comía y otras las guardaba para su fiesta. Quería
conservarlas para compartirlas con sus amiguitos.
La
noche antes de Halloween Alex se miró al espejo. La cara de la araña apareció de
improvisto y le dijo:
-¿Truco o trato?
-Trato -contestó.
De pronto
su cara comenzó a transformarse, le salieron ocho ojos y podía ver con una
visión apabullante. Asustado pero a su vez sorprendido, admiró su cuerpo ante
una lenta metamorfosis, que poco a poco le convirtió en la gran araña dorada. Los
hilos de filigranas de miel decoraban su alrededor en cada movimiento que
lograba, sin embargo su voz se apagó.
Sus
patas eran de polen. Su cuerpo de caramelo se componía de escamas dulces, y si
las quitabas, siempre eran reemplazadas por otras. Ya sabía que las golosinas
estaban garantizadas en la fiesta. Tenía el disfraz perfecto. El disfraz, que
tanto había deseado. Se transfiguró en la araña gigante de caramelo y nubes de
algodón de oro.
Al
día siguiente pensó que esa noche los dulces desaparecerían si los repartía.
Sus amigos comieron y comieron hasta caer hartos y aun así el caramelo no se
acababa. El conejito decidió salir a la
calle para poder deshacerse del disfraz, para ello buscó a más animalitos y
continuó repartiendo escamas y algodones de oro. Él sabía que si no se desprendía del traje no
volvería a ser el conejito de antes y que solo un día al año podría estar en
compañía de sus amigos. Para su desgracia le fue inútil su esfuerzo,
entonces se le ocurrió ir a hablar con la araña. Le preguntó que cómo podía
fabricar sus telas doradas, ésta le contó la verdad. Alex consciente de toda la
trama de la malvada araña se acercó al panal. Habló con las abejitas y les
permitió que se posaran en él. Poco a poco la broma y el trato que había
heredado de la perversa araña se fue deshaciendo al devolverles todo lo robado.
¿Harías
un truco trato con un desconocido?
Moraleja:
Hay
que saber a qué puerta tocar y con quién hacer el truco y trato, porque hay
trucos que duran una vida y no un rato.
Mgig
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