La
mente siempre olvida para no desfallecer ante los imposibles. Suaviza poco a poco los trazos indelebles para poder
crear nuevas vías. La ilusión embarga los corazones en cada repetición que la
razón fundamenta, cediéndole un espacio considerado por la atracción de las
personas que se cruzan en nuestro camino.
Somos conscientes de ello desde una edad temprana. Quizás ahí es donde aprehendemos con eficacia que debemos darnos a la conformidad de que el juguete de un amigo lo podemos compartir pero no arrebatar o viceversa. Los pequeños espacios de tiempo en compañía que se nos concede son el verdadero regalo de la vida.
La amistad pura de la niñez es un gran espejo simulador. Muestra de nuestro entorno amplificado en todos los ámbitos, basado en el número de amigos íntimos y no tan cercanos que llegamos a labrar según seamos educados.
La educación es un pilar fundamental para con el civismo generacional encausado en la comunicación que podemos ofrecer en nuestro caminar. Sin embargo, siempre hallaremos esa parte propia en cada uno de nosotros, que florece a pesar de las circunstancias o por el bien que se nos haya inculcado.
Tener los ojos llenos de humildad y amor siempre nos brindará un horizonte relajado en matices para que, nos conmueva a seguir adelante a pesar de los imprevistos pero convencidos en las propias vicisitudes.
No hay nada más renovador que sentir la paz de uno mismo y poderla transmitir en cada mano que das; en cada mirada que fluye; en cada palabra escrita; en cada costumbre que realizas; en cada vaso de agua que ofreces; en cada saludo de vida que se escapa; en cada sonrisa emitida desde cualquier punto de nuestro ser para brindarla libre como estímulo del ser humano innato que somos.
Mgig
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