sábado, 27 de agosto de 2022

Saborea el Placer (acróstico, soneto con estrambote)

 


           Sensación que proclamas en mi piel
 Altiva de deseo, su aliciente
      Besar es su adicción insuficiente
Ocaso con sabor a pura miel.
↭↭

  Renacer del fulgor en el desliz
   Esperar las caricias con primor
Alcanzar la locura, su estupor
    El sudor natural, palpa el matiz.
↭↭

   La tentación desnuda tu mirada
       Penetra el corazón con sus latidos
    La sed del frenesí que te libera.
↭↭

           Alientos al compás del alma hallada
    Crecer, ruborizados los sentidos
         Esparcir el amor siempre a tu vera.
↭↭

       Rapidez, fuego fiel que prolifera.

  Mgig
  ↭

Sigilo de Amor

 

Miradas que recorren el pavimento gris que acercan los pasos hacia un imantado tropiezo. Envueltos en la llovizna prematura del otoño que esclarece sus miradas. Sus caras enjuagadas por beber de la sed del paisaje ante el pestañeo de la brisa, les descubre la eternidad ansiada en un solo deseo.

La química recorre perseverante, la rúbrica del pequeño roce de sus manos entre el balanceo de un esquivo camino sin dueño. Próspera e intensa sensación volátil, les incita que se desborden en la contrariedad de su caminar por el itinerario del desenfreno, porque los pasos continuos divergen en diferentes trayectorias. Se desenvuelven en la curiosidad y el misterio por querer embeberse en los únicos instantes.

Incógnitas al aire que aún su roce lleva preso en su aroma. Sus espaldas se giran en la similitud diáfana de una sonrisa temprana, que se funde en la clarividencia de un destino en un horizonte embriagador, que los proyecta en la misma dirección:

 Al amor a primera vista

Ojos humedecidos que se imploran,
la quietud asaltante a su destreza
con el ímpetu, cuerpos con franqueza
apasionan la lumbre que fervoran.

La quietud transgresora bien aflora
al anudar sus dedos de instrumentos,
es ábaco el vacío a los momentos
en el sentir intacto a su demora.

Eléctricos impulsos sin más cubran
al primer sentimiento que desata
las sonrisas nerviosas corredizas.

Vocablos extasiados elucubran
al amor repentino, su alma innata
las caricias presentes primerizas.

Mgig


 

.

 


Sólo

 

Sólo el último vivo matará a la muerte.
Sólo la última arma descargará la guerra.
Sólo la última palabra librará al silencio.
Sólo el último beso sellará los labios.
Sólo el último manantial bañará la sed.
Sólo el último suspiro convencerá al alma.
Sólo la última mirada nos hará eternos...

En el último suspiro de la mirada habrá un manantial de besos, por saciar el silencio de la palabra que nos librará de la sed de armas, de guerras y de muertes.
Mgig

Otoño

Dime tú... otoño
¿Cuántas granadas se habrán desgranado
deshaciéndose entre manos
para culminar las noches
en un sinsentido
en el reproche,
de tus muros por derroche?

Aguzando en ti las ganas
mimas por las ventanas
del tiempo descosiendo
tu llamada en el horizonte cierto.

Manantial de leyenda
la noche es tu ofrenda
como ave nocturna,
posada en su cuadratura
haces del honor... a la altura.

Propasado en envergadura
pose de tu dulce figura.
Despidiéndose al alba
resbala tu luz por las murallas,
escarpadas las esquinas
saltando hacia la campiña
corre tu voz homenajeada
desde la más alta torre encantada...

Tu dama es orilla
en el bosque mantilla
bordada de grana y oro
cual tesoro
del arroyo
que en el se arrodilla,
tras tu conquista.

Vista exquisita
transparente elixir,
apacigua la fragua
de su sinvivir,
a la noche, su estancia
reposada descansa.
Mgig

sábado, 6 de agosto de 2022

El duende del Teatro Falla

 

Fue la noche más oscura que había existido, pues el saqueador de la madrugada envolvió  La Caleta en un temporal despiadado. Enfurecido arañó su playa y sus entrañas con el látigo más tirano de los vientos…

En la tenebrosidad, sin luna, el faro de San Sebastián emergía agitado en la fortaleza de Cádiz. Su luz casi opaca entre las nubes grises y negras de la borrasca resistía en la penumbra por amilanar los altibajos desconcertados que emitía. Las ráfagas de agua que embestían bajo la negrura siniestra lanzaban puñales eléctricos, que se alargaban en sables puntiagudos, cazadores de luz guerrera en la tormenta, en su oscuridad plena.

La plaza Fragela sumergida en la gran tromba se asomaba por momentos desde su manto de agua. Éste presagiaba que el centro de la ciudad sería castigado hasta el punto de poder devastar su antigua muralla. En ella el teatro Falla se levantaba con sus ladrillos rojizos ante la encrucijada de los rayos, que caían sobre los cristales de sus ventanales. Todos asolados, exceptuando uno.

En él se dejaba ver el pequeño tramoyista. El duende del Falla. Cada noche se disfrazaba de algún personaje antiguo con los ropajes del olvido, que se guardaban en el techo del gran teatro, junto al gran mural de Felipe Abarzuza que representa el paraíso. El pequeño duende Guido soñaba con ser astronauta. Todas las noches a través de alguna rendija trepaba hasta el techo para contar las constelaciones. Otras, bajaba hasta el fondo del teatro al pozo de marea, donde quedaba extasiado por el ruido de ésta. Podía tocar con sus dedos el agua del mar y sentir su salinidad; gustaba de algún sorbo, entonces, deseaba ser capitán de un gran barco.

Guido imaginaba un mundo afuera extraordinario. Así que tomó prestado todo lo que pudo para construir una pequeña nave espacial y así poder buscar en el universo, el paraíso del techo del Falla. Pensaba que era la recreación de un pequeño mapa. Intuyó que como muchos pintores, Felipe, también había guardado enigmas en sus frescos. Trazó un mapa de viaje con todos los indicios (a los que llamó coordenadas) que había extraído en varios años. Ahora creía que lo había logrado. Solo le quedaba lo más difícil: ¡comprobarlo!

Una vez que fabricó su nave, la escondió tras una segunda puerta desconocida en el mismo mural. Creada de un baúl antiguo con las piezas más increíbles que describían la escenificación y el ingenio teatral. Pretensiosa esencia atrapada en él, reforzaba su interior como el casco de un barco. Era el alma del viaje que se sintonizaba en algunas antenas, piezas de motores del mismo teatro y como reactor su propio espíritu de duende. 

El día escogido por Guido fue esa precisa noche, pero para su mala suerte, ya había sacado el día anterior la nave al descubierto en el techo del teatro. La nave estaba precintada. Su lógica le decía que solo era cuestión de ascender con la propulsión necesaria para atravesar la inclemencia y abordar la oscuridad de la galaxia. Allí ya no existirían agentes atmosféricos. En unos cuatro días llegaría a la famosa isla galáctica: "Circúnfides", así la bautizó él. Toda ella rodeada de hermosos mares gelatinosos, lagos mineralizados en su interior, donde resplandecería la vida en un paraíso fresco, sonoro, sacado de la paleta del mejor pintor.

El duende no quiso darse por vencido; valientemente y decidido, subió a la azotea para cumplir su sueño. Con solo una pequeña mochila y cuatro cosillas, se adentró en su nave. Su casco de color azul ajustaba sus delgadas y largas orejillas que se escapaban escurridas por debajo. Se había armado con un traje metálico de carnaval del año mil novecientos cincuenta y seis: todo un artilugio como andamiaje deslumbrante, forjado de hojalata de primera calidad que le daba forma a la esencia de su pequeño cuerpo de duende.

Guido puso los motores en marcha, apretó con todas sus fuerzas su pequeño corazón, estos rugieron más que los relámpagos que no dejaban de caer a su alrededor. Sintió el balanceo de propulsión y volvió a esforzarse para que su despegue estuviese envuelto en la decisión fascinante de la ilusión por conseguir su sueño. Por fin su carruaje de aventuras comenzó a levitar, el duende a la espera por ver que se elevara aún más, abrió sus ojos, analizó que aunque se había relajado, la nave no descendió. Ahora ya solo debía manejar el control de la sensación para llevar a cabo su travesía.

Nuevamente puso todo su entreno en su desafío. Esta vez concentrado en su desbordante pasión la giró sobre sí misma. Ésta dio varias vueltas casi sin control mientras Guido veía estrellitas en su mente. Vio todas las constelaciones que tanto ansiaba y casi pudo tenerlas en sus manos. Comenzó a desplegar su imaginación con tanta precisión que en pocos minutos se halló dentro de su propio deseo hecho realidad. El duende había traspasado la atmósfera, se encaminaba hacia su estrella preferida: la estrella polar. Él sabía que estaba muy cerca, por lo tanto no correría peligro y la tendría de referencia de regreso si su teoría no era cierta.

Exploró toda nuestra galaxia y se aseguró de que su estrella le quedaba muy lejos. Sus coordenadas se quedaban cortas en la inmensidad donde estaba sumergido. El paraíso soñado no estaba justo donde él había señalado, la cruz más importante de toda su carta naval. Aquí la rosa de los vientos no le era útil, se presentó extraña y sin sentido. Comenzaba a reconocer que quizás ese paraíso no estaba en el espacio, sino en su propio planeta y quizás era hora de volver.

Exhausto, perdido en la órbita trazada, deseó con todas sus fuerzas el regreso a su Gran Teatro Falla. Pero debía saber volver. Desearlo tanto como la última vez. Entonces la ilusión la sintió ajena, el miedo se hizo con él, la nostalgia le envolvió de pena por haber abandonado su hogar: sus ladrillitos coloraos; el cante; la farándula… Se atrevió a recorrer cada sitio del teatro como antes nunca lo había visto. Lo visitó desde afuera, pudo reconocer las coordenadas que el mismo había marcado en su carta naval.

Todo cobró sentido de un momento a otro: percibió todo el recorrido de la escalera para elevarse en el cielo del paraíso de Felipe; descendió hasta el pozo de mareas para sentir ese mar salado; paseó por el laberinto de maderas; subió y bajó por el montacargas; incluso hizo de apuntador para su pequeño corazón desde la concha, con el fin de poder regresar a casa y así ordenó su regreso al computador de su propia nave. En cuestión de una hora el duende de hojalata apareció sobre la azotea del Falla. Su sueño se efectuó sin cumplirse, pues se convirtió en el gran astronauta del paraíso del Falla.

Abandonó la nave, la retiró a donde nadie pudiese verla. Entró a prisa, reconociéndose en cada tramo por cada paso que marcaban las coordenadas. Por fin llegó al escenario, las luces se encendieron, pudo observar tantos asientos rojos que le esperaban. Allí sentados ansiaban la función todos los poetas de todos los tiempos, todos los que se marcharon de un mundo para quedarse fieles a sus tablas, a sus versos, a sus acordes...

Y con sus labios marcó:

Embarcadas están las musas

a ritmo del tres por cuatro

cargaditas de pesquisas

en sus rayitos dorados

esperando a su febrero

para tiritar su encanto

en la voz de sus cantares

y de su buen gaditano…

Se volvió y prosiguió su camino, se dirigió hasta el pozo de marea. Como era de esperar esa noche la tormenta le susurró al oído que le siguiera. El nivel del mar había subido demasiado. El agua le llegaba a las rodillas, confuso se quedó esperando, pero se contempló en una ilusión más, que el agua desmoronaba. Guido cansado se sentó en la escalera del foso y se quedó dormido. A la mañana siguiente el graznido de las pavanas y el jugueteo de las olas le despertaron. El duende se apresuró porque la luz entraba junto al agua. Sin importarle se dejó llevar por ella. Le condujo por un estrecho pasadizo. Si bien divagó hasta que la luz se le hizo más pétrea durante buena parte del camino.

En trescientos metros las paredes se abrieron ante su paso. El agua se mecía en un pequeño romper de caricias de espumas blancas, ya no se filtraba. Ahora se mostraba en su pura esencia, no existía piedra que arrancara su forma oxigenada. Un millar de pompas morían al resurgir nuevamente en la orilla de la pequeña playa, ensimismada en su propia cala. El pequeño Guido quedó asombrado ante tal escenario al filo de la oquedad, que le presentaba el paraíso, que tanto había soñado. A pesar de la terrible noche, ahí estaba tan hermosa, virgen, atlántica, blanquecina: La Caleta.

Paraíso de barquitas, de colores sus puestas, horizonte de sol enladrillado. Paisaje de albor: isla, mar y tierra.

Pueblo de cal blanco, capitán de agua se alza, para que sus letras se escuchen repletas en todas sus plazas y en su gran teatro, golfo de Cádiz canta, y si bien también simula: figura de niña emisaria, que eleva sus destellos salados, cuando salpica sus aguas para poder proclamarse ¡dulce Tacita de Plata!

Mgig María Inmaculada García Gómez (10 mayo, 2022)

 

 

 

 

 

La Nueva Fe

Aforar el pensamiento

 Aforar el pensamiento, discernir entre lo aglutinado, gimnasia mental. El tiempo pasa entre las horas ya gastadas, descuento en el minutero...